Noche de reyes, de Shakespeare, por Eduardo Vasco.
Me queda lejana la lectura de la comedia shakespeariana "Noche de reyes" (o "Noche de Epifanía", como también se la traduce, aunque el original es "Twelve night"), por lo que este comentario no versará sobre detalles de la adaptación, sino sobre la mágica vitalidad del resultado.
Para comenzar sitúa el director la
obra en un tiempo más o menos reciente, los personajes visten a la
manera de principios del siglo XX, dotando a la obra también con
acompañamientos musicales muy variados (tango, flamenco, jota
aragonesa), pero que esencialmente remiten al music-hall.
Así que algunos personajes proceden de un naufragio (los gemelos Viola y Sebastián), se mueven por un bosque y son nobles (duques, condes), pero al mismo tiempo los reconocemos como contemporáneos. Shakespeare decide hacer una comedia de enredo y, en estos casos, siempre le gusta rizar el rizo y hacer que se multipliquen los disfraces, confusión de identidades, quid pro quo, figuras bufonescas y escenas hilarantes. Eduardo Vasco ha sabido, en su excelente montaje, conseguir un ritmo vertiginoso (sin el más mínimo tiempo muerto), encontrar actores idóneos para los diferentes papeles, que realizan interpretaciones memorables (difícil destacar a alguno, porque muchos son brillantes), y, sobre todo, enfatizar el juego de los bufones, con sus múltiples desvaríos y disparates verbales.
Aquí hay que celebrar la estupenda versión de Yolanda Pallín, que nos ofrece un texto enormemente libre, con un lenguaje actual, pero en el que se percibe con nitidez la fidelidad al estilo shakespeariano, que siempre comparece bajo ese brillante castellano (sus juegos de palabras, las alusiones sexuales, la deformación ignorante del lenguaje, las frases hechas, etc.)
Sin olvidar que Shakespeare es siempre Shakespeare y hay parlamentos que valen su peso en oro, como el que refiere el bufón –sentado en el suelo junto al piano-sobre la corrupción de las palabras.
Creo que no he conseguido con estos apuntes precisar las muchas virtudes de la obra. Por tanto terminaré con una nuda exhortación: ¡NO SE LA PIERDAN!
Así que algunos personajes proceden de un naufragio (los gemelos Viola y Sebastián), se mueven por un bosque y son nobles (duques, condes), pero al mismo tiempo los reconocemos como contemporáneos. Shakespeare decide hacer una comedia de enredo y, en estos casos, siempre le gusta rizar el rizo y hacer que se multipliquen los disfraces, confusión de identidades, quid pro quo, figuras bufonescas y escenas hilarantes. Eduardo Vasco ha sabido, en su excelente montaje, conseguir un ritmo vertiginoso (sin el más mínimo tiempo muerto), encontrar actores idóneos para los diferentes papeles, que realizan interpretaciones memorables (difícil destacar a alguno, porque muchos son brillantes), y, sobre todo, enfatizar el juego de los bufones, con sus múltiples desvaríos y disparates verbales.
Aquí hay que celebrar la estupenda versión de Yolanda Pallín, que nos ofrece un texto enormemente libre, con un lenguaje actual, pero en el que se percibe con nitidez la fidelidad al estilo shakespeariano, que siempre comparece bajo ese brillante castellano (sus juegos de palabras, las alusiones sexuales, la deformación ignorante del lenguaje, las frases hechas, etc.)
Sin olvidar que Shakespeare es siempre Shakespeare y hay parlamentos que valen su peso en oro, como el que refiere el bufón –sentado en el suelo junto al piano-sobre la corrupción de las palabras.
Creo que no he conseguido con estos apuntes precisar las muchas virtudes de la obra. Por tanto terminaré con una nuda exhortación: ¡NO SE LA PIERDAN!
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